domingo, 22 de marzo de 2009

El Color de la Vida

El invierno trae el gris de un cielo húmedo y una ciudad hastiada. Basta ver los rostros de los que transitan la avenida para comprobarlo: en cada uno se dibuja esa especie de desencanto en que se ha convertido el vivir. Claro que, desencanto, es demasiado decir. Para un pueblo que vive dormido, sumido como está en este Dios-consumo a quien adora, el desencanto, sería lo mejor que podría ocurrirle. Porque, como la desilusión, no son otra cosa que despertar a lo real, a la verdad, o, para bien decir, a su búsqueda, a ese cúmulo de preguntas que nos movilizan y también angustian: qué somos, de dónde venimos, hacia dónde vamos.

Pero no. Estos rostros contrariados, son como los de un pueblo-niño a quien no se le ha dado su postre. O peor, porque no hay postre que cumpla con lo dicho por la suma de spots publicitarios que prometen un pasaje a la felicidad y que lo único que si cumplen, es con su propio cometido, el de convertir a este pueblo en un niño caprichoso que pide siempre más a cambio de poner guita. De resultas que, en vez de hombres y mujeres, se han convertido en estómagos que caminan. Estómagos que todo lo tragan: televisores, plasmas, computadoras, tetas siliconadas, votox, falopa de todo tipo y color, de la que compran en las farmacias o al dealer de turno, imágenes virtuales de un mundo virtual, y toda mierda que se pueda consumir, y cagar al instante. Así, sin digerir.

Mientras el frío empalidece los rostros, pago mi café y salgo del bar. Sin más, me dirijo a la negocio que vende teles y plasmas. Arreglo mi trato con el vendedor. Le entrego el video con las imágenes exclusivas del nuevo programa de tele que acabo de producir, para, luego, pararme en la puerta del local a recitar a González Tuñón:

A pesar de la sala sucia y oscura
de gentes y de lámparas luminosas,
si quiere ver la vida color de rosa
eche veinte centavos en la ranura.


¡Y no ponga los ojos en esa hermosa
que frunce de promesas la boca impura!
Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.

El dolor mata amigo, la vida es dura
y ya que usted no tiene ni hogar ni esposa,
si quiere ver la vida color de rosa
eche veinte centavos en la ranura.
(I)

Al llegar la noche, mientras el vendedor me da mi parte de lo recaudado, no deja de repetirme, “volvé mañana. Con este video, en una semana nos forramos en guita”. Le doy la mano y me despido sin prometerle nada.

Al salir, subo el cuello de mi sobretodo, el frío cala los huesos. Meto las manos en los bolsillos antes de que se me enfríen, y siento el grueso fajo de billetes. Mientras lo tanteo, veo los carteles luminosos de los negocios que me ofrecen miles de cosas, y sonrío: no hay ranuras para mí. Mi vida, es un mundo lleno de preguntas, y de plegarias sin respuestas. Gracias a Dios.



(I) Eche veinte centavos en la ranura
Raúl González Tuñón El violín del diablo (1926)

5 comentarios:

  1. Inquietante e interesanet escrito

    besines embrujados

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  2. Lo que ha traído el invierno con su marcha ha sido tu regreso.Y eso avellanense no hastía sino que alegra! :)
    Echaba en falta,ya mucho tiempo,el felino matíz que surca el sistema,abriéndolo en canal con tal sutileza que sin dañarlo nos alerta de su peligro.
    Y nos despierta.
    Menudo tango me ha salido che :)
    Un abrazo y bienvenido!!

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  3. Estoy con Brujita... inquietante... pero genial, me ha gustado mucho.
    ¡Una suerte que vuelva a escribir!

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  4. Buen estado el de la pregunta constante, tío; de hecho, creo que sólo existe ese estado en mi vida, siempre dándole a la capirota, para arriba, para abajo, ahora tuerzo y me retuerzo. Y efectivamente, le doy las gracias al que me ha dado esa eternidad interrogativa.
    Un abrazo, y no sabes bien cómo de grande.
    Tu sobri catala que baila eternamente tregua.

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  5. ahi estamos negro, voy a ver si hecho veinte centavos en la ranura.

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